¿ILUSTRE CUNA?
Siempre he leído con recelo esas descripciones de nacimientos prodigiosos y llamativos con las que algunos escritores presentan a «sus biografiados». Esa técnica del escritor me parece peligrosa. En vez de acercarnos al santo, al personaje, nos aleja de él. Porque pensamos: «Si este ser no hubiera tenido esa "ventaja" de salida, seguramente no habría subido al podio de los vencedores».
Pero Juan era otra cosa. En el nacimiento de Juan ocurrieron hechos singulares e insólitos, desde luego. Zacarías e Isabel, sin ponerse de acuerdo y por separado, presintieron que «su nombre era Juan». A Zacarías le volvió el habla cuando lo consignó en las tablillas. Y, sobre todo, el niño «saltó de gozo» y fue santificado en el seno de Isabel, cuando «la madre de su Señor fue a visitarla». Por eso celebramos hoy la Natividad de San Juan.
Pero no todo en Juan fue privilegio y lotería, inundación de gracia, bendición del cielo. Juan, después, «a Dios rogando y con el mazo dando», fue tan fiel a su vocación que, por realizarla, dio la vida. Por eso, otro día, solemos celebrar su muerte: «la degollación de San Juan». Por lo tanto, aunque «todos, al ver aquellos signos, se preguntaban: Qué será de este niño», no fue sin embargo un «hijo de papá y mamá», un niño mimado, aupado al tráfico de las influencias por ser pariente de Jesús y de María. Al contrario, «se despojó, también, de su rango» y se fue a la austeridad, a la soledad del desierto, a la predicación descarnada. Y, en ella, enseñaba a distinguir el oro del oropel, la verdad de la mentira, el tocino de la velocidad, y, sobre todo, a Jesús «Maestro de Nazaret» de los que se proclamaban «maestros de Israel». Por eso Isaías había predicho: «A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, etc». Juan, amigos, lo hizo muy bien. Lo hizo tan bien, que le cortaron la cabeza y se la entregaron a una bailarina en una bandeja. A los hombres les desconcierta «la verdad» cuando llega de frente y sin filtros. Antes de que les deslumbre, son capaces de cortarle la cabeza. Pero cuando Juan fue decapitado, no se sintió «terminado». Se sintió «libre». Lo dijo Jesús: «La verdad os hará libres».
Resumiendo, amigos. «Nacimiento» y «muerte» de Juan. Regalo y esfuerzo personal. Las dos caras de una misma vocación preciosa.
Pues, apliquémonos el cuento. También nuestro nacimiento tuvo mucho de «privilegio». Privilegio es que un día llegáramos al seno de la Madre Iglesia y, de ella, «renaciéramos por la regeneración del agua y del Espíritu». Todo bautizado en un privilegiado de Dios, un miembro de Cristo, un heredero del Cielo. Y privilegio es que «por el bautismo seamos sepultados con El y resucitados con El». Somos, por tanto, de «ilustre cuna». Como decía Pedro: «Somos pueblo de Reyes, una raza elegida, una nación consagrada, una dinastía sacerdotal».
Pero ahí no termina nuestra biografía. Ahí empieza. Y nuestro compromiso bautismal consiste en: «allanar caminos», «enderezar sendas», ser «profetas del Altísimo» y «voz que clame en el desierto» de nuestras ciudades, tan populosas y ajetreadas. No nos basta con «saltar de gozo» en el seno de la Iglesia. Tenemos que salir. A extender nuestro dedo y «señalar los caminos» por los que pasa el Señor.
La Natividad de Juan nos recuerda que también nosotros somos unos «bien nacidos».
ELVIRA-1.Págs. 101 s.
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