jueves, 31 de octubre de 2013

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS


 SANTOS Y FELICES

Felices, ¿quiénes?... En el evangelio de hoy Jesús dirige el discurso que llamamos “bienaventuranzas” sólo a sus discípulos, pues son ellos los que suben a la montaña y se acercan a Él. Quiso estar a solas con ellos después de haber estado rodeado de la multitud. Quiso transmitir la “carta magna de su mensaje” en primer lugar a sus más íntimos, quizá porque sólo ellos estaban dispuestos a aceptar este anuncio revolucionario, aunque no lo entendieran muy bien. Bienaventurado es lo mismo que decir feliz, dichoso o bendito (del griego “makários”). A mí me gusta más la palabra “feliz” porque se entiende mejor en el mundo de hoy, donde todo el mundo persigue la felicidad. Lo que hoy leemos es la página clave de toda la enseñanza de Jesús. Jesús escoge una montaña encantadora, bella, verdeante, que domina todo el lago de Genesaret. Jesús habla de la auténtica felicidad. ¡Felices, felices, felices!... Felices, ¿quiénes? ¿Los ricos? No... ¿Los que ríen? No... ¿Los violentos y poderosos? No... ¿Los que están hartos de bienes? No... ¿Los que buscan sólo el placer? No... Todo lo contrario…

Es feliz el “pobre de espíritu”, que pone su confianza en el Señor, aquél que depende absolutamente de Dios. Jesús dirige estas palabras a aquellos que, habiendo dejado todo, le siguieron. Eran pobres económicamente y eran pobres en espíritu. Mateo señala el valor de aquellos que no estaban satisfechos con lo que sabían y se consideran pobres. Lucas, más radical, proclama la felicidad de aquellos que por seguir a Jesús se empobrecieron materialmente porque fueron capaces de compartir sus bienes. Tanto unos como otros son bienaventurados. En alguna edición de la Biblia se traduce así: “felices los que eligen ser pobres”. La pobreza en sí no es ningún bien, pues todo hombre y mujer tiene derecho a unas condiciones materiales que le permitan vivir una vida digna. En el Antiguo Testamento los bienes materiales son considerados como una bendición de Dios. Sin embargo, aquellos que no “se atan” a lo material y conservan la libertad de espíritu son los auténticamente felices. Los que eligen ser pobres, los pacíficos y pacificadores, los limpios de corazón, los sufridos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que son perseguidos por ser justos, son felices. Reciben la felicitación porque su situación cambiará, el reino de Dios les pertenece y serán saciados.

Celebramos hoy la fiesta de los que han sabido vivir una vida de servicio y de entrega, de los que han hecho el bien. Sin embargo, muchas personas hoy día buscan la felicidad sólo en la tierra, de tejas para abajo. Hay que huir de todo lo que sea doloroso y disfrutar de todo lo que tenemos, sin pensar en nada más. Se olvidan de que todo aquí se acaba. No es que Jesús quiera, busque o proclame la pobreza y el dolor como el ideal de la vida cristiana. Porque todo lo que oprime al hombre está en contra de la voluntad de Dios. Por lo tanto, Dios quiere que luchemos por eliminar del mundo el hambre. Quiere que enjuguemos las lágrimas de muchos ojos. Quiere que trabajemos por la paz. Quiere como que nos ganemos en una vida tranquila nuestro sustento de cada día, y que la vida cristiana sea alegría, gozo y paz. Pero las realidades del mundo, por culpa de los hombres y no de Dios, son a veces muy injustas. Y entonces, ¿quiénes son los felices? ¿Los ricos satisfechos, o más bien son felices los pobres en su espíritu, que, no teniendo otro en quien apoyarse, confían solamente en Dios?...Así lo han hecho y han sido felices tantos y tantos hombres y mujeres que han hecho el bien durante el paso por este mundo. No han sido seres extraterrestres vestidos de blanco, han sido seres de carne y hueso, padres y madres de familia, jóvenes y viejos, religiosos o laicos. Todos han llegado a la meta y han recibido una recompensa grande en el cielo. Han experimentado el gozo de llamarnos y ser en verdad hijos de Dios. Por eso celebramos hoy su fiesta, la de Todos los Santos.

Por José María Martín Osa

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