“Si el afligido invoca al Señor Él lo escucha y lo libra de sus angustias”.
Cuando descubrí que Él me miraba, algo extraño se apoderó de mi corazón. Creí que era la misma y, sorprendentemente ya no era yo. Las entrañas de misericordia de un Dios Padre lleno de infinita bondad se habían apoderado de mi, de tal manera que, no me sentía ni marginada ni excluida.
Una fuerza interior me impulsaba a dar testimonio de aquel que había dado la cara por mi. ¡Era una mujer! ¡Volvía a sentir que era fiel reflejo del Amor de Dios en mi persona!
Ese caudal de vida de un Dios que había muerto por mi, lo empleé para ser su testigo de la Vida que viene del sepulcro vacío porque... vacío tenía que estar para que la Vida empapara como mancha de aceite. Así fue como me convertí en animadora de un grupo decaído, desilusionado.
Esa fuerza interior que el Señor de la Vida me había hecho recuperar la empleé para unir a mis hermanos y, todos juntos, como torrente desbordado, fuimos por todo lo largo y ancho de este mundo proclamando que el Señor es Padre compasivo y misericordioso, siempre dispuesto a escuchar la súplica de sus hijos afligidos;
que valemos más de lo que muchas veces nos creemos y necesitamos acudir a Jesús porque él sí valora que somos personas, que somos un “tesoro de Dios” en medio de un mundo de violencia, egoísmo y soledad.
Él puede dar sentido a nuestra vida.
D. Manuel Tirado Fernández
Párroco-Consiliario de Villa del Río
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